El miedo está en un rincón de nuestras vivencias donde las palabras no alcanzan a llegar. Pero poner el miedo en la conversación ayuda a vivir o convivir con nuestros miedos.
El miedo tiene una función, nos ayuda a conservar la vida, alejándonos de los peligros.
En el transcurso del embarazo despiertan muchos fantasmas escondidos, despiertan muchos miedos.
Estos miedos se relacionan en gran parte con la cultura, porque embarazo ya significa enfermedad, dificultad o problema.
Para la cultura imperante, el embarazo es un problema en casi todas las áreas, desde el laboral hasta el familiar; el dolor y el miedo empapelan las murallas de los comentarios y la comunicación. En nuestro afán médico de curar y sanar hemos «medicalizado» el proceso de gestación, considerándolas a todas enfermas y de riesgo, alimentando la magia oscura más antigua, el miedo.
En nuestra mirada masculina de la realidad, la mujer no puede, no es capaz, hay que sacarle el bebé; aún más, en la mirada economicista hay que sacarle el producto. Es que la ciencia, mira con la cultura.
Desde la biología, podemos recordar que en el transcurso de la gestación, se producen cambios extraordinarios para permitir el desarrollo de nuestro bebé y notablemente la mujer aumenta su capacidad, su potencial en un 25 %.
¡¡Algunas deportistas de elite se embarazan para optimizar su rendimiento!!
Se producen muchos cambios, todos los cambios se revierten al terminar la lactancia y la mujer vuelve a su situación previa.
Algunos cambios producen bastantes molestias y complican la gestación como ocurre con las náuseas, con las molestias pélvicas, con el edema de extremidades, con las estrías que pueden dañar la imagen corporal, los cambios mamarios y otros.
Podemos y queremos cambiar este paradigma cultural del miedo por el de dar vida, por gestar. En esta nueva situación la mujer se conecta con el misterio, la divinidad, porque «gestar» o dar vida, se re-liga en primer lugar con la persona divina y femenina. Y, la mujer está hecha perfecta para dar vida. En cientos de miles de años, en las situaciones más lamentables de nuestra historia, a través de guerras, hambrunas, en todas las calamidades conocidas y ocultadas, la mujer ha preservado la vida.
Con esta nueva mirada, por principio, rescatamos que la mujer está hecha maravillosamente para dar vida. Este principio no desconoce la limitación o dificultad que genera la enfermedad en algunas mujeres, donde la intervención por mejorar la salud tiene su total sentido.
El espacio de tiempo gestacional por lo tanto, es una importante oportunidad de volver a re-ligarse con el trascendente femenino, volver a ser uno con todo lo que late, con la Unidad Primordial y sentirse escogida entre las miles de estrellas, porque ¿Hay un canto mayor que dar vida? ¿Existe un viaje más profundo que el encuentro con el hijo que nace? ¿Hay alguna unidad afectiva más enamorada que la madre?
Esta nueva actitud de re-ligarse con la vida nos debe permitir estar abiertos al camino de nuestro bebé y su mensaje. Estar abiertos al vuelo del otro, si viene a quedarse o su camino tiene un movimiento sutil, su texto es tenue y se va, porque todo tiene un sentido y nuestra vida puede ser luminosa pero temporal. Otro paso es recuperar lo que se ha quitado, la confianza en sí misma. Porque la mujer puede y está hecha para poder. En este caminar, conectarse con la sabiduría propia, creerle a nuestro cuerpo y buscar espacios y ambientes de redes favorables, es de suma importancia.
Este paradigma en el espacio de tiempo de gestación nos debe animar para disfrutar la vida, acoger todos los encantos y sueños, y nutrir a nuestro bebé que se hace.
Que esta carta sea un nuevo homenaje al territorio femenino, su cuerpo que hace cosas fantásticas y su pancita creadora.
rednacer